GALLEANDO

Un monumento a la verónica

miércoles, 27 de marzo de 2024 · 09:03

No sólo supuso un monumento al toreo de capote, sino que la belleza de la verónica se enseñoreó de pureza provocando el eco infinito de la emoción. Toda una colección de despaciosos lances que estaban llamados a salir triunfantes de un concepto capaz de hacer “cosas” memorables convirtiendo el sueño utópico en imaginable realidad. Fue realmente extraordinarios. De una calidad parangonable. De gran categoría y personalidad. Poderoso y contundente, pero al mismo tiempo personal, brillante, de enorme despaciosidad e impactante.

 La combinación de belleza y buen gusto hicieron del toreo a la verónica una obra sugestiva y emocional. Hubo lances eternos. Una mezcla de mando, temple, ritmo, pureza y naturalidad exquisita. Siendo, como es, un gran torero era previsible que, ante la noble bravura, llevara a cabo tan inspirada creación de indiscutible belleza, natural e íntima.

Una obra realmente excepcional y de compenetración total entre la la acometida y la lentitud de su capote. Hacer el toreo de forma tan distinta a lo acostumbrado viene a establecer un nuevo techo en la definición de una tauromaquia que desemboca directamente en el delirio. Un toreo que no hace más que multiplicar sus virtudes y ampliar la capacidad de un artista que está llamado a protagonizar momentos apasionantes, intensos y sobrecogedores en esta ilusionante temporada taurina de 2024.      

La solemnidad de su toreo de capote volvió a apoyarse en la sutileza de sus muñecas, en el ritmo, la elegancia y, sobre todo, en la torería con la que transformó el lance en arte. Lo hizo en la penúltima corrida de la finalizada Feria de Fallas en Valencia con un toro de Juan Pedro Domecq. Con él logró sublimar la verónica y parar el tiempo.

El caso es que Juan Ortega hizo y dijo el toreo de capa con modélica expresividad. Pura artesanía. La piel de gallina. Emoción, sin más. Fue todo tan hermoso, tan infrecuente, tan delicioso, que someterlo al trajín polémico de las comparaciones resultaría grotesco. Valió la pena deleitarse de lo visto y hacer de ello un recuerdo infinito. Y a la vuelta de la esquina, Sevilla.